Se nos va la vida

Implacable. Es lo que diría si tuviera que describir lo que es el tiempo en una palabra.

No distingue raza, especie, estatus, ideología, orientación sexual, tamaño, nacionalidad; nada de esas cosas que nos inventamos los humanos para clasificar todo y sin darnos cuenta poner barreras invisibles. Igualdad pura. Tomen todos sus 24 horas diarias y miren qué hacen con eso.

Hasta que llega el momento en el que ese suministro se suspende. 

Es difícil no pensar en el tiempo y sentirse abrumado. Es como si fuera un dios, solo que no tiene biblias, imagen, forma, nada. No habla, no manda señales, no vigila, no pide diezmo. Es eso que pasa mientras haces algo o no haces nada, no le importa. Simplemente va, a su ritmo, diferente dependiendo de la parte del universo en la que esté.

Una cosa bella del tiempo es que no tiene dueño, nadie puede pararlo, retroceder, adelantarlo, ni venderlo. Solo va y deja que administremos lo que nos da.

Tan imponente y tan desechable. Recurso de un solo uso. Cada segundo empleado en algo es un pasado que no se podrá cambiar. Cada segundo empleado condiciona el siguiente. Cuando de tiempo se trata, todos somos ciegos, vamos caminando un paso a la vez, un segundo a la vez.

Creemos tener el control pero solo vamos en un vehículo sin acelerador y sin freno, maniobrando lo mejor que podemos (o queremos) para llegar a buen destino.

Buen destino. De eso se trata.

El tiempo es una responsabilidad enorme, y más nos vale estar a la altura. No podemos exigirle nada a la vida si no administramos bien el tiempo que nos da.

Aprender a administrar es lo que toca, maximizar para vivir, porque mientras reiniciamos un computador, esperamos en un semáforo, un ascensor o estamos donde no queremos, se nos va la vida.